La tarde de aquel 15 de Diciembre no pasaría en vano en la vida de Jarol. Fundido en la tensión e inseguridad que le inspiraba el ensordecedor ruido de las voces que, sin ningún tipo armonía o equilibrio, inundaban el espacio que la cafetería elegida para la tan esperada cita, Jarol observaba con los ojos clavados en la superficie de la mesa de mármol blanco que se postraba enfrente suyo. Su expresión era muda, la quietud de su cuerpo no podía más que interpretarse como el intento desesperado de esconderse tras el sonido de las conversaciones que tomaban su curso entorno a la mesa en la que Jarol, inmóvil, se encontraba.
El aroma del café de su taza, aún caliente y humeante, abordaba los sentidos de Jarol. El pánico del momento, el vértigo que sentía con la mera visión de sí mismo levantando la vista y verse en absoluta soledad le obligaba a intentar, de forma casi hipnotizante, disfrutar del susurro que el dibujo translúcido y volátil que surgía de aquella taza ofrecía; acariciar de aquel aroma la fugacidad de su existencia, fugacidad equiparable a la imagen que le trasladaba a la cocina de su hogar a cientos de kilómetros y momentos de aquel lugar. No había tenido tiempo de reaccionar a ese retorno al hogar del cual, años atrás, Jarol partió maleta en mano, en busca de un camino propio con el que provocar el orgullo de la familia que dejaba atrás. A escasos centímetros de la taza de blanca cerámica, decorada con sencillos dibujos en apagados colores dorados, una pequeña tetera de porcelana descansaba sobre la mesa, erigiéndose justo al lado de otra taza, completamente blanca, de la que se podía intuir un ligero olor a menta. Sin embargo, y en contra de todo deseo de Jarol, enfrente suyo no había nadie con quien disfrutar su café, nadie con quien compartir un poquito de su tiempo, un ratito de su ser.
El sillón de terciopelo rojo en el que la persona a la que le correspondería disfrutar del mentolado aroma de su taza estaba vació; por el contrario, la sombra de la persona con la que Jarol había compartido una breve conversación seguía ahí. "Y no creo que se vaya jamás"-pensó para sí.
El reloj de la pared contigua a la ventana marcaba las siete y cuarto de la tarde. En el exterior de la cafetería la ciudad seguía su curso. Jarol trató, con un simple vistazo hacia el cristal de la ventana de la cafetería, cerciorarse de que, a pesar de que sentía que toda su vida acababa de ser destruida con una simple sonrisa forzada y un "seguro que nos volveremos a ver", lejos de aquella mesita de mármol blanco y unas tazas blancas cada vez menos calientes, los sueños y esperanzas de miles de personas anónimas seguían sólidamente fluyendo en el devenir de la vida. Sin embargo, y para desgracia de su ánimo, no obtuvo más respuesta que el reflejo de su imagen sentado en una pequeña silla de madera, sólo, frente a una mesa de blanco mármol y un sofá tapizado en color rojo, vigilantes de las dos tazas y la frágil tetera que ocupaban su espacio en la tabla sobre la que Jarol había descansado su cuerpo ayudándose de sus definidos antebrazos. El corazón comenzó a latir con fuerza. La frecuencia de los latidos aumentaba por momentos, la fuerza con la que el corazón bombeaba la sangre hacia el último rincón del cuerpo de Jarol se hacía casi insoportable, los golpes del vital órgano contra el pecho crecían en intensidad cada vez que Jarol volvía la vista al reflejo de aquél ser solitario que tenía miedo de su propia persona, de su propio rostro desencajado por el continuo martilleo al que sus constantes vitales le acosaban. Jarol decidió concentrarse en las tazas que tenía enfrente. Fijó su mirada en ambas, acercó una a la otra. Las tazas habían perdido temperatura, el humo que despedían minutos atrás había desaparecido por completo y el contenido de ambos recipientes ya habían tornado en color debido a esa pérdida de energía que el paso del tiempo había supuesto para ellos. Jarol, en un intento desesperado de recuperar la temperatura con la que el contenido de las tazas, un poco de café con leche y una muestra insignificante en cantidad de poleo menta, habían sido servidas. Apretó las tazas una contra la otra y las rodeó con sus manos. Imprimió a sus dedos tanta fuerza como le fue posible, concentrándose en las yemas de estos; en ese momento Jarol recordó que el ser humano no utiliza más que el diez por ciento de tosa su potencialidad mental - "Sólo tengo que concentrarme y fijar toda mi capacidad mental, todo mi ser, toda mi voluntad en las yemas de mis dedos y en mi temperatura corporal y las tazas recuperaran su estado anterior"- Jarol cerró los ojos con el fin de que su concentración aumentara para que, así, la capacidad y potencial de su mente aumentara y se localizara en la empresa que tenía entre manos: el estado anterior del contenido de las dos tazas de cerámica.
Transcurrieron unos segundos en los que Jarol llegó a no escuchar nada más que los latidos de su corazón que, lejos de haberse calmado, inundaban el interior de Jarol a una velocidad tal que incluso llegó a temer que el dolor que sentía en sus brazos no fuera consecuencia del esfuerzo que suponía utilizar el total del potencial de su ser para conseguir recuperar la temperatura inicial de su café con leche, sino que, por el contrario, fuera consecuencia del comienzo de una arritmia cardiaca. A pesar de lo arriesgado que supondría continuar manteniendo el cuerpo en una situación de semejante estrés y esfuerzo, Jarol disipó todo temor y decidió que, una vez habiendo perdido todo lo que realmente le importaba en la vida, su último aliento debía, al menos, ser protagonista de un acto sin precedentes y que demostrara que el ser humano es capaz de transformar la realidad dada a fuerza de voluntad. El tintineo de las tazas contra las manos y pecho de Jarol se fundía con los desbocados latidos de su corazón creando una sinfonía de agudos y bajos que no consiguió cesar a Jarol en su empeño transformador. El cuerpo de Jarol se había incorporado hacia delante con el fin de que el contacto de las dos tazas de cerámica contra su cuerpo ayudara al esfuerzo y al potencial transformador de su voluntad. Jarol sentía que lo estaba consiguiendo, el calor que unos instantes atrás había sentido en la yema de sus dedos había desaparecido, la sensibilidad en todas sus extremidades era insignificante y el sonido de sus latidos y del tintineo de las dos tazas no eran más que pequeños coros alejados a miles de kilómetros de la mesa de aquella cafetería que era la preferida para él y para aquella persona que había dejado enfriar el poleo menta que ahora, gracias a Jarol, iba a recuperar el calor que le había sido arrebatado por el paso del tiempo. Los ojos de Jarol se tornaron blancos, el éxtasis de comprobar ser capaz, al contrario del resto de los presentes en la cafetería, de utilizar todo su potencial mental embargaba el cuerpo de Jarol en un placer colosal, infinito e indescriptible. Aquel momento iba a llegar cuando noto un ligero roce en su hombro derecho. "¿Se encuentra bien, señor?"- preguntó uno de los camareros responsables de servir y atender a los clientes de la cafetería. "¿Puedo retirar las tazas y la tetera de la mesa?- añadió con total ignorancia de lo que aquello supondría en el devenir personal de Jarol.
El contacto físico con un semejante devolvió a Jarol a su insignificante existencia. Aún jadeante y excitado por el esfuerzo y estrés del truncado acto transformador, y debido a la timidez y lo difícil que le ha sido a Jarol desde pequeño decir que no a la voluntad y deseos de las personas de su alrededor incluso cuando estos fueran contrarios a los suyos propios, Jarol asintió levemente con la cabeza, sonriendo al camarero, pero sin articular una sola palabra.
El camarero apoyó entonces la bandeja en la mesa de mármol blanco y se dispuso a recoger las dos tazas y la tetera de cerámica blanca que descansaban de la intensa oportunidad de retorno de la que habían sido objeto sobre la mesa. Una vez las tres piezas fueron colocadas con tremenda delicadeza y mimo sobre la bandeja de tal forma que fuera casi imposible que se escurrieran y terminaran en añicos sobre el suelo, el camarero, vestido de camisa blanca y pantalón negro, se alejó de la mesa en dirección a la barra de la cafetería.
Jarol agradeció la delicadeza y mimo con las que el camarero había recogido las tres piezas de cerámica blanca. No obstante, Jarol había sentido desde el momento en el que la sombra de su acompañante se había incrustado en el terciopelo rojo del sofá que tenía enfrente, que aquellas tres piezas pasaría a ser algo más que objetos inertes, continentes de caprichos momentáneos de anónimos clientes, anónimas personas de no más conocido origen e interés. Jarol sintió, justo un instante después de que el camarero le preguntara si podía retirar las tazas y la tetera, una sensación similar a si un atracador fundido en elegante traje de lino negro con camisa de seda blanca le hubiera pedido, con una educación exquisita digna del más valiente y justo de los reyes de lo reinos que nunca existieron, que se arrancara el corazón y lo dejara sobre la bandeja de plata que sostenía en sus manos. Sin embargo, esa sensación no fue más que la sombra de ella misma cuando Jarol, al seguir con la mirada la trayectoria del camarero, observando el camino de vuelta hacia de la barra de las tres piezas de cerámica blanca en lo alto de la bandeja de aluminio que el camarero transportaba por encima de su cabeza, fue testigo de la violencia y desprecio con que el camarero lanzaba las dos tazas y la tetera contra un montón de tazas y teteras de cerámica blanca que se acumulaban por decenas sobre la barra, a escasos centímetros de la caja del bar. Fue entonces cuando Jarol se vió a sí mismo en un callejón cualquiera de las afueras de una ciudad cualquiera, observando impasible e impotente cómo aquel ladrón de maneras exquisitas e imagen impecable, lanzaba contra un montón de bolsas de basura su corazón, el propio corazón que inocentemente había entregado a aquella persona de imagen amistosa.
El estupor que inundaba el cuerpo de Jarol, la impotencia de saber que no podía hacer nada para salvar lo especial de aquellas tazas y de aquella tetera de cerámica blanca anulaba toda posible reacción. Las defensas interiores no eran más que irrisorias vayas de papel que se desvanecían al entrar en contacto con las lágrimas que brotaban de los ojos marrones de Jarol, lágrimas que se acumulaban en el borde del párpado inferior de ambos ojos, esperando permiso para dejarse deslizar a lo largo de la mejilla de Jarol.
Eran ya casi las ocho de la tarde cuando Jarol giró, de forma inconsciente, su rostro, dirigiéndolo hacia el cristal de la ventana cabe el reloj de pared. La imagen de sí mismo, de su rostro y sus ojos inundados en lágrimas, del vacío que ocupa ahora la tabla de mármol blanco de la mesa que se interponía entre el sofá de terciopelo rojo y él, eran simples muestras de lo que Jarol sintió al verse reflejado en la ventana que hacía las veces de espejo del alma en aquella, su favorita cafetería. Sin embargo, algo le devolvió parte de un suspiro de alivio. Agudizó el oído y pudo distinguir el ruido de los coches que a escasos metros se dirigía a su destino y tenían que hacer valer su presencia a golpe de claxon. Además, supo que el tic tac del reloj de pared había sido desplazado por las pisadas de los portadores de sueños que paseaban sus inquietudes por el exterior de la cafetería. La imagen de sí mismo le había traicionado. La oscuridad de su alma parecía haberse aliado con el oscuro manto de lo que ya era la noche del 15 de Diciembre de aquel año, convirtiendo a lo que de cotidiano era una ventana, un mero cristal transparente, balconada de lujo para aquellos que conseguían aparcar sus pensamientos en la mesa contigua a la ventana, perfecta para detener por un momento la vida propia mientras la otra, la vida de los demás, continua sin que nos demos cuenta. El oído había rescatado a Jarol de aquella indeseada soledad. Al escuchar la vida que disfrutaba a lo largo del exterior de la cafetería, supo focalizar su vista en la realidad de los demás, en la realidad que Jarol no llegó a distinguir debido al instintivo deseo de cambiar la realidad con sus propias manos.
Jarol sonrió, aliviado, cambiando su mirada al titular de un periódico abandonado en la mesa de su derecha, que antes había estado ocupada por una pareja de novios. "Un joven es abandonado por sus amigos por haberle tocado la lotería"
El aroma del café de su taza, aún caliente y humeante, abordaba los sentidos de Jarol. El pánico del momento, el vértigo que sentía con la mera visión de sí mismo levantando la vista y verse en absoluta soledad le obligaba a intentar, de forma casi hipnotizante, disfrutar del susurro que el dibujo translúcido y volátil que surgía de aquella taza ofrecía; acariciar de aquel aroma la fugacidad de su existencia, fugacidad equiparable a la imagen que le trasladaba a la cocina de su hogar a cientos de kilómetros y momentos de aquel lugar. No había tenido tiempo de reaccionar a ese retorno al hogar del cual, años atrás, Jarol partió maleta en mano, en busca de un camino propio con el que provocar el orgullo de la familia que dejaba atrás. A escasos centímetros de la taza de blanca cerámica, decorada con sencillos dibujos en apagados colores dorados, una pequeña tetera de porcelana descansaba sobre la mesa, erigiéndose justo al lado de otra taza, completamente blanca, de la que se podía intuir un ligero olor a menta. Sin embargo, y en contra de todo deseo de Jarol, enfrente suyo no había nadie con quien disfrutar su café, nadie con quien compartir un poquito de su tiempo, un ratito de su ser.
El sillón de terciopelo rojo en el que la persona a la que le correspondería disfrutar del mentolado aroma de su taza estaba vació; por el contrario, la sombra de la persona con la que Jarol había compartido una breve conversación seguía ahí. "Y no creo que se vaya jamás"-pensó para sí.
El reloj de la pared contigua a la ventana marcaba las siete y cuarto de la tarde. En el exterior de la cafetería la ciudad seguía su curso. Jarol trató, con un simple vistazo hacia el cristal de la ventana de la cafetería, cerciorarse de que, a pesar de que sentía que toda su vida acababa de ser destruida con una simple sonrisa forzada y un "seguro que nos volveremos a ver", lejos de aquella mesita de mármol blanco y unas tazas blancas cada vez menos calientes, los sueños y esperanzas de miles de personas anónimas seguían sólidamente fluyendo en el devenir de la vida. Sin embargo, y para desgracia de su ánimo, no obtuvo más respuesta que el reflejo de su imagen sentado en una pequeña silla de madera, sólo, frente a una mesa de blanco mármol y un sofá tapizado en color rojo, vigilantes de las dos tazas y la frágil tetera que ocupaban su espacio en la tabla sobre la que Jarol había descansado su cuerpo ayudándose de sus definidos antebrazos. El corazón comenzó a latir con fuerza. La frecuencia de los latidos aumentaba por momentos, la fuerza con la que el corazón bombeaba la sangre hacia el último rincón del cuerpo de Jarol se hacía casi insoportable, los golpes del vital órgano contra el pecho crecían en intensidad cada vez que Jarol volvía la vista al reflejo de aquél ser solitario que tenía miedo de su propia persona, de su propio rostro desencajado por el continuo martilleo al que sus constantes vitales le acosaban. Jarol decidió concentrarse en las tazas que tenía enfrente. Fijó su mirada en ambas, acercó una a la otra. Las tazas habían perdido temperatura, el humo que despedían minutos atrás había desaparecido por completo y el contenido de ambos recipientes ya habían tornado en color debido a esa pérdida de energía que el paso del tiempo había supuesto para ellos. Jarol, en un intento desesperado de recuperar la temperatura con la que el contenido de las tazas, un poco de café con leche y una muestra insignificante en cantidad de poleo menta, habían sido servidas. Apretó las tazas una contra la otra y las rodeó con sus manos. Imprimió a sus dedos tanta fuerza como le fue posible, concentrándose en las yemas de estos; en ese momento Jarol recordó que el ser humano no utiliza más que el diez por ciento de tosa su potencialidad mental - "Sólo tengo que concentrarme y fijar toda mi capacidad mental, todo mi ser, toda mi voluntad en las yemas de mis dedos y en mi temperatura corporal y las tazas recuperaran su estado anterior"- Jarol cerró los ojos con el fin de que su concentración aumentara para que, así, la capacidad y potencial de su mente aumentara y se localizara en la empresa que tenía entre manos: el estado anterior del contenido de las dos tazas de cerámica.
Transcurrieron unos segundos en los que Jarol llegó a no escuchar nada más que los latidos de su corazón que, lejos de haberse calmado, inundaban el interior de Jarol a una velocidad tal que incluso llegó a temer que el dolor que sentía en sus brazos no fuera consecuencia del esfuerzo que suponía utilizar el total del potencial de su ser para conseguir recuperar la temperatura inicial de su café con leche, sino que, por el contrario, fuera consecuencia del comienzo de una arritmia cardiaca. A pesar de lo arriesgado que supondría continuar manteniendo el cuerpo en una situación de semejante estrés y esfuerzo, Jarol disipó todo temor y decidió que, una vez habiendo perdido todo lo que realmente le importaba en la vida, su último aliento debía, al menos, ser protagonista de un acto sin precedentes y que demostrara que el ser humano es capaz de transformar la realidad dada a fuerza de voluntad. El tintineo de las tazas contra las manos y pecho de Jarol se fundía con los desbocados latidos de su corazón creando una sinfonía de agudos y bajos que no consiguió cesar a Jarol en su empeño transformador. El cuerpo de Jarol se había incorporado hacia delante con el fin de que el contacto de las dos tazas de cerámica contra su cuerpo ayudara al esfuerzo y al potencial transformador de su voluntad. Jarol sentía que lo estaba consiguiendo, el calor que unos instantes atrás había sentido en la yema de sus dedos había desaparecido, la sensibilidad en todas sus extremidades era insignificante y el sonido de sus latidos y del tintineo de las dos tazas no eran más que pequeños coros alejados a miles de kilómetros de la mesa de aquella cafetería que era la preferida para él y para aquella persona que había dejado enfriar el poleo menta que ahora, gracias a Jarol, iba a recuperar el calor que le había sido arrebatado por el paso del tiempo. Los ojos de Jarol se tornaron blancos, el éxtasis de comprobar ser capaz, al contrario del resto de los presentes en la cafetería, de utilizar todo su potencial mental embargaba el cuerpo de Jarol en un placer colosal, infinito e indescriptible. Aquel momento iba a llegar cuando noto un ligero roce en su hombro derecho. "¿Se encuentra bien, señor?"- preguntó uno de los camareros responsables de servir y atender a los clientes de la cafetería. "¿Puedo retirar las tazas y la tetera de la mesa?- añadió con total ignorancia de lo que aquello supondría en el devenir personal de Jarol.
El contacto físico con un semejante devolvió a Jarol a su insignificante existencia. Aún jadeante y excitado por el esfuerzo y estrés del truncado acto transformador, y debido a la timidez y lo difícil que le ha sido a Jarol desde pequeño decir que no a la voluntad y deseos de las personas de su alrededor incluso cuando estos fueran contrarios a los suyos propios, Jarol asintió levemente con la cabeza, sonriendo al camarero, pero sin articular una sola palabra.
El camarero apoyó entonces la bandeja en la mesa de mármol blanco y se dispuso a recoger las dos tazas y la tetera de cerámica blanca que descansaban de la intensa oportunidad de retorno de la que habían sido objeto sobre la mesa. Una vez las tres piezas fueron colocadas con tremenda delicadeza y mimo sobre la bandeja de tal forma que fuera casi imposible que se escurrieran y terminaran en añicos sobre el suelo, el camarero, vestido de camisa blanca y pantalón negro, se alejó de la mesa en dirección a la barra de la cafetería.
Jarol agradeció la delicadeza y mimo con las que el camarero había recogido las tres piezas de cerámica blanca. No obstante, Jarol había sentido desde el momento en el que la sombra de su acompañante se había incrustado en el terciopelo rojo del sofá que tenía enfrente, que aquellas tres piezas pasaría a ser algo más que objetos inertes, continentes de caprichos momentáneos de anónimos clientes, anónimas personas de no más conocido origen e interés. Jarol sintió, justo un instante después de que el camarero le preguntara si podía retirar las tazas y la tetera, una sensación similar a si un atracador fundido en elegante traje de lino negro con camisa de seda blanca le hubiera pedido, con una educación exquisita digna del más valiente y justo de los reyes de lo reinos que nunca existieron, que se arrancara el corazón y lo dejara sobre la bandeja de plata que sostenía en sus manos. Sin embargo, esa sensación no fue más que la sombra de ella misma cuando Jarol, al seguir con la mirada la trayectoria del camarero, observando el camino de vuelta hacia de la barra de las tres piezas de cerámica blanca en lo alto de la bandeja de aluminio que el camarero transportaba por encima de su cabeza, fue testigo de la violencia y desprecio con que el camarero lanzaba las dos tazas y la tetera contra un montón de tazas y teteras de cerámica blanca que se acumulaban por decenas sobre la barra, a escasos centímetros de la caja del bar. Fue entonces cuando Jarol se vió a sí mismo en un callejón cualquiera de las afueras de una ciudad cualquiera, observando impasible e impotente cómo aquel ladrón de maneras exquisitas e imagen impecable, lanzaba contra un montón de bolsas de basura su corazón, el propio corazón que inocentemente había entregado a aquella persona de imagen amistosa.
El estupor que inundaba el cuerpo de Jarol, la impotencia de saber que no podía hacer nada para salvar lo especial de aquellas tazas y de aquella tetera de cerámica blanca anulaba toda posible reacción. Las defensas interiores no eran más que irrisorias vayas de papel que se desvanecían al entrar en contacto con las lágrimas que brotaban de los ojos marrones de Jarol, lágrimas que se acumulaban en el borde del párpado inferior de ambos ojos, esperando permiso para dejarse deslizar a lo largo de la mejilla de Jarol.
Eran ya casi las ocho de la tarde cuando Jarol giró, de forma inconsciente, su rostro, dirigiéndolo hacia el cristal de la ventana cabe el reloj de pared. La imagen de sí mismo, de su rostro y sus ojos inundados en lágrimas, del vacío que ocupa ahora la tabla de mármol blanco de la mesa que se interponía entre el sofá de terciopelo rojo y él, eran simples muestras de lo que Jarol sintió al verse reflejado en la ventana que hacía las veces de espejo del alma en aquella, su favorita cafetería. Sin embargo, algo le devolvió parte de un suspiro de alivio. Agudizó el oído y pudo distinguir el ruido de los coches que a escasos metros se dirigía a su destino y tenían que hacer valer su presencia a golpe de claxon. Además, supo que el tic tac del reloj de pared había sido desplazado por las pisadas de los portadores de sueños que paseaban sus inquietudes por el exterior de la cafetería. La imagen de sí mismo le había traicionado. La oscuridad de su alma parecía haberse aliado con el oscuro manto de lo que ya era la noche del 15 de Diciembre de aquel año, convirtiendo a lo que de cotidiano era una ventana, un mero cristal transparente, balconada de lujo para aquellos que conseguían aparcar sus pensamientos en la mesa contigua a la ventana, perfecta para detener por un momento la vida propia mientras la otra, la vida de los demás, continua sin que nos demos cuenta. El oído había rescatado a Jarol de aquella indeseada soledad. Al escuchar la vida que disfrutaba a lo largo del exterior de la cafetería, supo focalizar su vista en la realidad de los demás, en la realidad que Jarol no llegó a distinguir debido al instintivo deseo de cambiar la realidad con sus propias manos.
Jarol sonrió, aliviado, cambiando su mirada al titular de un periódico abandonado en la mesa de su derecha, que antes había estado ocupada por una pareja de novios. "Un joven es abandonado por sus amigos por haberle tocado la lotería"